lunes, 27 de junio de 2011

DESEOS


La despertaron dos toques en la puerta de su dormitorio. Toques de nudillos desnudos, casi tímidos. Era de madrugada y estaba sola en casa. Seguramente había sido un sueño, pero no era capaz de discernir muy bien si acaso estaba despierta antes o lo estaba entonces. Desde que él se fue, guardaba las tijeras en el cajón de la mesita de noche. Cuántas precauciones para no querer vivir, pensaba. El caso es que ahí estaban: solo tenía que alargar la mano y cogerlas. Pero eso haría algo de ruido, así que decidió no moverse, esperar. Respirar tan quedo que le pareció que no respiraba. El corazón le latía en las orejas. ¿Cuánto tiempo tendría que estar así? Pensó que era tonta, que debería salir de la cama, abrir la puerta y echar un vistazo por el piso. Él lo habría hecho, se habría levantado de un salto. Total, seguro que todo estaba en su sitio, que no era más que una mala pasada de su imaginación. Tres vodkas, demasiadas lágrimas y ahí tenía el resultado. ¿Por qué sería tan cobarde? Quizá todo habría sido diferente si hubiera sido ella, si cuando lo supo todo hubiera terminado con él. Si no hubiera esperado que la eligiera a ella.

Ser valiente. ¿Qué podía haber ahí fuera, en el pasillo? Nada. Solo su propio miedo. Contó hasta diez. Despacio, se tumbó sobre el costado izquierdo y dejó poco a poco que saliera el aire de sus pulmones. Y después inspiró con confianza, escuchándose. Al menos volvía a sentir aquella tranquilizadora cadencia. Sístole, diástole. Ya no tenía ganas de seguir rezando para que la muerte fuera a buscarla y terminara con su sufrimiento. La expiación. Voy a hacerlo, se dijo, me incorporaré, encenderé la luz y saldré a mirar. Cogeré las tijeras, si eso me da confianza. Y luego regresaré a la cama y dormiré bien el resto de la noche. Y, a partir de ahora, todas las demás noches. Entonces, de nuevo, con nudillos desnudos, casi tímidos, llamaron a la puerta.


jueves, 16 de junio de 2011

ESCUELA DE FUNAMBULISTAS

No encuentro de quién es la foto. Si molesta, la retiro.


Alguien debería enseñarnos a reconocer las derrotas, a dejar de machacarnos con cosas absurdas, a envejecer, a dejar de amar, a dejar de ser amados. Alguien debería enseñarnos a sonreír en los días malos, a ser generosos también cuando sufrimos, a saber detenernos, a saber acelerar; a no dejar que el miedo nos gobierne, pero aceptar que existe: a sentirlo y, aún así, seguir adelante. Aunque el camino sea de huida.

Alguien debería enseñarnos a aceptar la vida como es y como viene.

A respirar.

A decir adiós a los amigos.

Alguien debería enseñarnos a hacer las maletas. Y no mirar atrás. A reconocer nuestros ojos en el espejo.

Alguien debería enseñarnos a andar por cable. Con red o sin ella. A quedarnos solos. A intuir el futuro y, aun así, mantener el equilibrio, y dar el paso siguiente, y el otro. Alguien debería enseñarnos que no se llega nunca a casa.

viernes, 10 de junio de 2011

DON NADIE


De verdad, es un gusto ser nadie. Pero no por lo de siempre, eso de no ser evaluado, que nadie te conozca, pasar desapercibido y bla, bla, bla... No. No es por eso. Me refiero a otro tipo de nadie, un nadie hacia dentro. Porque todos nos creemos alguien, ¿no? Es maravilloso, debe serlo, que haya nunca ninguna razón para el agravio. O para agraviar, me refiero. Si no te crees nadie no habrá razones para sentir que alguien te debe una consideración. Por amistad, por los años compartidos, por lo que sea. Os lo digo así, en confidencia. El otro día se lo conté a mi mujer y me miró raro. Por un momento creí ver brillar algo como agua dentro de sus ojos. ¿Qué hablas? Todos somos alguien, dijo y me dio un beso en la frente. No me esperes despierto, añadió. No es cosa mía, lo confieso. Lo leí en libro hace tiempo, poco después del accidente. Los milagros suceden, se llamaba. Y decía, No soy nadie y no tengo de qué defenderme. Es un pensamiento que me calma, aunque no sé por qué. Siento que estoy a punto de descubrir cómo explicar porqué produce tanto consuelo. Ya os lo contaré, cuando lo logre.


miércoles, 8 de junio de 2011

FRUTA DE TEMPORADA

Hoy te he vuelto a ver. Ha pasado el tiempo. Qué mala suerte. Quedarme sin mordisco, quedarme con las ganas. Puede que todo lo que tuviera para ti fuera sombra. Palabras para susurrarlas a las rendijas de las persianas, para dejarlas suspendidas del aire, como el polvo que se cuela a través de ellas y permanece suspendido en la luz. Quedarme sin bailar en el salón de tus espejos. El baile más antiguo. Quizá no era más que eso, la esclavitud de la química, o el polvo que se posa sobre las sábanas que cubren los muebles de esta villa. Algo más fuerte que la sangre, que el amor.

Habría sido yo quien te hubiera hecho daño. Lo sé. Soñarías con mis pasos tras la puerta y de pronto serían pesadilla. Mis ojos. Pero no me dejaste entrar. Por eso tuve que marcharme. Servidumbres de vampiros. Desaparecer para siempre. Fue doloroso, tener sed y renunciar a ti, que eras fruta fresca.

Habría sido grandioso. Créeme. Abrir las ventanas al amanecer, sacudir las sábanas al viento, inmunes al tiempo, al sol. De la mano. Inmunes, vivos, muertos. Bailar para siempre en salones vacíos, reírnos de los espejos. Disponer de toda la eternidad para fabricar recuerdos.

Hoy he visto dónde va la fruta al final de la temporada. Qué mala suerte.

jueves, 2 de junio de 2011

FILÓSOFO


¿Me perdonas? Creo mis teorías, en todos los sentidos. Primero las saco de mi mente. Luego las estudio. Después las aprendo. Al final me las creo. Te las digo. Las escribo. Te hago reír. Según Platón, alguien me las puso ahí, en la cabeza, hace ya un montón de siglos. La memoria secreta de los genes. Pero él no fue, que lo sé yo. El diablo lo confunda. Prefiero a Demócrito y sus átomos de formas extraordinarias, formas que encajan en tus ojos al mirarme. Bañarme en el río siempre nuevo de tus manos. Prefiero a Aristóteles, ya en el a C. marcando la pauta de la narrativa que se cree posmoderna y gafapasta. Prefiero el dulzor amargo de la cicuta antes que recordar algunos nombres, que contestar llamados desde el fondo de los pozos de la conveniencia, antes que recurrir al sofisma para salvarme.

¿Podrás perdonarme que renunciara a Wittgenstein, a Ortega, para selectividad? ¿Que nunca llegara al final de libro? ¿Podrás perdonarme que mi loca memoria se haya olvidado de críticar la razón pura y esta noche sólo entienda de la mística, la perdición, de la sublime mentira de los besos?